Eran años en que tuve muchas ilusiones que se fueron desmoronando, me dedicaba a escribir argumentos y a adaptar novelas de mi tío Pío, y en esto también me equivoqué, pues las novelas de Don Pío estaban marginadas por la censura por su contenido realista. Y para hacer películas en España, entonces y supongo que ahora, había que arrimarse a la teta de la administración y conocer el tejemaneje de las subvenciones y ayudas, arte en el que algunos mostraron tal maña que con algunas combinaciones sacaban dinero a la película antes de terminarla y de que se estrenara. Arte que sirvió durante el franquismo, la transición y la democracia.
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Sin entusiasmo, veía los cambios de postura política y también los gestos que algunos hacían de cara al futuro pensando en una nómina, llegando a dejarse apresar en alguna aljarada callejera y pasar unos días en la cárcel junto a los viejos presos políticos que llevaban años en una lucha dura y soterrada. Recuerdo una manifestación por el Paseo del Prado, con intervención de los grises que nos hicieron correr, en la que un director de cine, dizque vanguardista, miraba airado dónde se encontraban los fotógrafos de prensa para increpar violentamente delante de elllos a la policía, aunque por otro lado recibía ayudas y subvenciones sustanciosas del ministerio correspondiente.
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A poco de iniciarme en el cine viendo rodar en los estudios Churubusco y haciendo documentales con Walter Reuter sabía que hacer una película, dirigirla, es un oficio que se aprende en unas semanas y al que puede aspirar cualquier zoquete, aún el más ignorante, cubierto por una pátina de palabras huecas. Por eso en el cine abundan los legos que solo podrían subsistir profesionalmente entre los políticos. Otra cosa es escribir un buen guión, tener una idea interesante y desarrollarla.
Pío Caro Baroja, Recuerdos de un documentalista |